Desde que se decretó la cuarentena, el tiempo no se ha detenido y continúa su curso sin mirar atrás. Lo que si se marcan son los detalles entre los que se quedaron en casa. Según la necesidad se buscó la forma de suplirla, según la enfermedad se buscó la forma de sanarla, según el aburrimiento se buscó la forma de pasarla bien, según la distancia entre nosotros se ha encontrado la forma de convivir.
En lo Sagrado está escrito “Todo tiene su tiempo…”. Por más que nos afanemos, por más que nos preocupemos, por más que anhelemos, el tiempo será el testigo fiel de nuestras vivencias. Nuestro tiempo de vida también fue asentado, «setenta años y en los más robustos ochenta años» Esto también debe considerarse: “Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”.
Ha pasado un tiempo que no volverá, se acerca quizás la hora de retomar las actividades, otra vez volveremos a la rutina, nos encontraremos nuevamente con nuestras responsabilidades, pero no dejemos que esto nos consuma, se trata de vivir una vida, no se trata de limitarla para ser felices, no se trata de explotarnos para conseguir algo que es efímero, más bien esforcémonos por “…hacer tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan”.
El tiempo también marca los finales, el final de todo discurso es este: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”.