La muerte, ausencia eterna donde no tenemos autoridad, y no conocemos su lugar ni su color. Está escrito que la muerte es la consecuencia por no respetar, realizar o cumplir la voluntad de Aquel que nos hizo a su imagen y semejanza.
Es que Dios nos hizo del polvo y nos dio de su Espíritu para ser semejantes a Él, pero nunca debemos tomar su lugar. La armonía se rompió desde el principio, la convivencia, la cercanía ya no fueron un estatus entre el Creador y su creación. Se dio inicio al fin de la vida que tenía la creación junto a su Hacedor.
Ese dolor que tú y yo sentimos al saber que no podremos ver, hablar, sentir y admirar más a un ser querido y amado, es el dolor que sintió aquella vez el Creador de todas las cosas. Un dolor que necesitaba ser sanado, una desobediencia que necesitaba ser perdonada, una relación que debía ser restaurada.
Y claro que hay cura, por supuesto que hubo solución, y fue el mismo El que venció a la muerte, y les fueron arrebatadas las llaves para que nunca más halla esta separación del Creador y su creación. Ese dolor de muerte que vivimos en este tiempo de pandemia en el 2020 tiene calma y esperanza. Porque Él mismo dijo: «Yo Soy la resurrección y la vida, el que en mí cree, aunque esté muerto vivirá».
Está claro que debemos correr a la solución, ¿Quién es aquel que viendo el salvavidas flotar a su lado no lo toma para no ahogarse? o peor aún, que viendo el barco ¿No quiera subirse para salvarse? Amigo, amiga, El mismo dijo: «El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios».
Hay que buscarlo mientras haya tiempo, porque como se dice: “Hasta la paciencia tiene un límite”. Todo está escrito. La salvación es hoy.